Arlindo Dos Santos

22 de junio, 2013


ArlindoDoSantos

“Con la alegría y el eterno baile de un brasileño, con el pundonor y majestuosidad que implica pertenecer al América, Arlindo dos Santos, quien tiene un lugar asegurado en los anales del fútbol, es digno de las crónicas más ilustres e insignes que este juego le pueda ofrecer. Prueba infalible de que es posible disfrutar al fútbol como a la vida misma y, siempre, sin excepción alguna, de que las acciones más nobles son recompensadas con los regalos más embelesadores…”

Arlindo dos Santos

 Arlindo dos santos nació en Ilheus, Bahía, Brasil, el 26 de abril de 1940. Recién cumplidos los 13 años se unió, junto con su hermano, Crispiniano dos Santos, a las fuerzas inferiores del Esporte Clube Vitoria. El debut de ambos se dio por azares del destino, en el mismo encuentro ante el Itabuna Esporte Clube, mismo que ganó el Vitoria con tres anotaciones de Arlindo y dos de Crispiniano. En 1957, con 17 años de edad, Arlindo viajó a Rio de Janeiro en busca de un  equipo que lo contratara. Luego de probarse en varias escuadras, fue el Botafogo de Futebol e Regatas, el club que lo acogió. Con dicho conjunto ganó cinco campeonatos y el nombre de Arlindo resonó en todo Brasil, como la nueva joya nacional, incluso hasta ser considerado como el sustituto del legendario Valdir Pereira “Didi”.

En 1965 fichó por el Club América y su talento natural brotó como el agua en una fuente, bello e infatigable. El nombre de Arlindo siempre será recordado por los aficionados y por la historia, como el primer anotador del Estadio Azteca, en un partido organizado entre el América y el Torino, precisamente para ofrecer una brillante inauguración a este mítico recinto futbolístico. Nacido para jugar al fútbol, Arlindo es uno de los mejores regalos que este juego le ha dado a la gente, pues, con sus goles de antología, siempre hizo soñar a los aficionados.

 

Una anécdota que lo forja como americanista

 

La Copa del Mundo es la meca para cualquier futbolista, la consumación de todos los sueños de la infancia unidos a los delirios de un hombre que busca la gloria. Para Arlindo, quien en 1964 ya era considerado como el futuro de la selección brasileña y el sustituto del legendario “Didi”, la posibilidad de jugar un mundial, el de Inglaterra 1966, se hallaba muy cerca. Si bien Arlindo disfrutaba el fútbol tanto como la vida, no dudaría ni por un segundo su confirmación para asistir a la gran justa futbolística, sin embargo, en la mente y el corazón de Dos Santos, existía algo aún más trascendental: el bienestar de su familia. Arlindo dos Santos había prometido a su padre y a su madre que con sus primeras ganancias como jugador, les regalaría una casa. No obstante, la selección brasileña no representaba remuneración para el jugador, así, en busca de cumplir la promesa que le realizó a su familia, sin importar que hiciera a un lado un mundial, preparó sus maletas y fichó por el Club América. La oportunidad que le ofreció la institución crema, significó el cumplimiento de aquel voto que tomó con su familia. Aunque Arlindo no viajó con su selección a Inglaterra, la ventura le compensó, como siempre lo hace con los hombres buenos y de corazón noble.

El majestuoso y solemne Estadio Azteca estaba terminado y se hallaba a la espera de una inauguración digna de esta colosal edificación. Ese 29 de mayo de 1966, el Torino fue convidado a la celebración, para que disputara un partido frente al América. Bajo un marco fastuoso, con 115 mil corazones expectantes y fulgurantes, parados sobre una grama más hermosa y más verde que nunca, frente a dos porterías radiantes y bajo los colores de una tarde soberbia y admirable, el árbitro dio el primer pitazo en el ostentoso Coloso de Santa Úrsula. 22 jugadores peleando por la supremacía de una pelota, sin conocer lo que el futuro le deparaba a este teatro de las fantasías. Y, antes de que Pelé enamorara las tribunas, antes de que Maradona tocará el cielo, antes de que cientos de jugadores manifestaran su deseo de alcanzar las estrellas por medio de un balón, Arlindo Dos Santos, delantero del América, meció las redes del Azteca, tierna y sutilmente por primera vez en la historia. Quizá ese quimérico gol de Arlindo desató la furia de la imaginación que se cimbró en la mente de cada jugador que pisó el pasto del estadio más bonito del mundo. Así es, Arlindo es el culpable de tantas batallas épicas, sollozos inconsolables, ensoñaciones transportadas a la realidad, hazañas épicas, goles sencillamente fantásticos y, por supuesto, tantas y maravillosas victorias del América, en ese coliseo que llama hogar.

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